al llegar a casa me quito los calcetines
te escucho afuera, frente a ese precioso
kilómetro
de la T-224, oliendo el bosque y pensando
en la idea de quedarte la vida entera a la espera
de que algún animal aparezca por la carretera
con sus ojos flourescentes,
como una línea
que cruza
este valle hundiéndose en la mano.
luego tu voz vuleve a la cama
y decribe la familia de tejones
que se ha parado a olisquear
frente a las viñas del vecino.
sé que el calor de mi mano es una bendición que has
aprendido a guardar en la misma mesa
donde reposa la noche en que has estado arropado.
eran cuatro, tres cachorros y su madre.
después de un rato han desaparecido.