Formas de un paseo por el bosque, 2022
El bosque, como el desierto, es una naturaleza invisible. Su sustancia sólo puede ser experimentada como profundidad. Sólo a través del cruce, a través de aquello que no puede ser conocido en lo que de él vemos. Caminar entre los árboles permite pensar que no hay lugar al que ir ni proyecto que emprender. Esa es la inoperancia que se experimenta al entregarse a un espacio lleno, o vaciado, de sí mismo.
Durante un año he vivido frente a un bosque. En invierno, salir a caminar ha sido una forma de entrar en calor y escapar de casa. Con la llegada del verano los paseos se han prolongado más allá de la hora de cenar. Algunos días caminar es algo que he hecho para evitar que me duelan las piernas. A veces caminar no es más que algo que sucedía cuando he necesitado recoger piñas con las que encender la chimenea. Muchas veces he caminado por aburrimiento, por hastío o porque no he tenido otra cosa que hacer. Si he sobrepensado demasiado el acto de caminar me he refugiado en casa durante días. Después de varias jornadas sin caminar he vuelto sobre el camino y he redescubierto aliviado mis huellas.
Salir a caminar con un trozo de barro bajo los pies o entre las manos ha sido un juego con el que intentar capturar las formas de un paseo por el bosque. Partiendo de un territorio que empieza en mis pies y acaba en una constante sucesión de árboles y piedras, las formas del deseo no son sino la huella de ese territorio cruzado. Pienso aquí la huella como la espacialidad de aquello que ha sido afectado y desde ahí, busco una forma del deseo que recoja lo que ha pasado. Una forma de dar forma a través del tránsito.